El director y guionista Hwang Dong-hyuk (The Fortress), desarrolló hace alrededor de diez años una historia mientras prácticamente vivía, por una situación financiera horrorosa, en una cafetería donde se podían leer cómics, o manhwa, llamadas manhwabang. Allí se pasaba las horas leyendo todo lo que caía en sus manos, y de aquellas lecturas le surgió la idea de esta serie, aunque el primer guion que escribió en 2008 era, según él mismo, difícil de entender y algo bizarra. Tras varios retoques, en 2018, Netflix comenzó a buscar, como indicó Ted Sarandos, co-CEO de la famosa plataforma, el próximo Stranger Things pero fuera de Norteamérica, y en 2019 les llegó el guion de Dong-hyuk, por lo que comenzaron a trabajar en su adaptación. Llegó la pandemia del COVID-19 en 2020 y, aunque se pospuso el rodaje, para el director supuso un aliciente debido a las repercusiones económicas y sociales no sólo en Corea del Sur, sino también en todo el mundo, favoreciendo y enriqueciendo así algunos aspectos de la historia adecuándola a esa globalización audiovisual. Pero por suerte, la identidad surcoreana permaneceVolvamos al principio de la serie, donde conocemos a Seong Ki-hoon (Lee Jung-jae), un cuarentón fracasado con problemas de dinero al que mantiene su anciana y trabajadora madre. Un buen día, en una estación de metro, un misterioso hombre (interpretado por Gong Yoo), le propondrá jugar al ttakji, o ddakji (딱지) Si Seong consigue girar el cuadrado de papel del trajeado hombre, recibirá dinero, pero si no lo consigue y ocurre lo contrario, que dan la vuelta al suyo, recibirá una bofetada. Tras recibir varios bofetones, le invitarán a jugar a un juego donde podrá ganar mucho dinero y poder saldar además sus numerosas deudas. Evidentemente aceptará, y conocerá a un buen puñado de personajes en unas circunstancias tan malas o peores que las suyas, comenzando este juego repleto de muerte. Que sí, que hay cosas que suenan a pelis o cómics ya vistas, pero consigue separarse, y mucho de todas esas influencias que el propio director ha admitido. A pesar de tener ese toque de thriller junto al subgénero survivor, los trasfondos de las historias de los personajes son inequívocamente coreanos, incluyendo a esa coreana del norte que interpreta con mucho acierto Jung Ho-yeon, o el mafioso, que se unen a los juegos tradicionales coreanos como el mencionado ddakji, luz roja, luz verde o el que da título a la serie, el juego del calamar. El uso de estos mismos juegos no es algo elegido al azar, y podemos incluso ver dibujos de todos los juegos en las paredes del recinto donde los participantes duermen, algo que, si no eres coreano o un estudioso extranjero de su cultura, no verás. En parte, que sean estos juegos se deben a la simpleza de sus reglas, en favor del desarrollo de los personajes y ayudando a que el espectador no coreano, se centre en ellos más que en complicadas reglas. El desarrollo de los juegos infantiles junto al mortal desenlace de los mismos, junto a la composición de los personajes, personas normales como tú y como yo, aportan dosis de realismo que acentúan el agobio y preocupación por algunos de ellos, algo habitual en los trabajos del director. Poner de relieve estos inofensivos juegos para convertirlos en letales acerca al espectador a la maldad humana, a esa capacidad de retorcer lo más inocente para servir de entretenimiento extremo a unos pocos elegidos. Y es precisamente esto el corazón de la historia, largamente ignorado por muchos espectadores que critica negativamente esta serie. Es evidente que el sistema capitalista es duramente criticado, donde unos cuantos, podridos de dinero y poder, obligan a los que están debajo a luchar por sobrevivir, pero no sólo en estos juegos que se han hecho tan populares por todo el mundo. Es una alegoría de las necesidades de la clase trabajadora, títeres sin darse cuenta de estos poderosos hombres que esconden sus rostros tras ostentosas máscaras, que se sienten por encima del resto de la humanidad, una humanidad cuyas necesidades les llevan a entrar al juego, nunca mejor dicho. Sí, hay personajes que son culpables de su estado, pero en muchas ocasiones, las decisiones que tomamos, erróneas, son casi obligadas por la sociedad capitalista en la que vivimos.
Desde que nacemos nos adoctrinan en los beneficios de este sistema, pero no en la parte negativa, y es donde hace hincapié la serie con estos personajes eclécticos que ha provocado que los espectadores escojan uno u otro, dependiendo de sus actuaciones y cualquiera de ellos puede, y es, elegido. Todos son realmente negativos, pero la supervivencia del más fuerte y del más inteligente es lo que nos hace dudar de todos y cada uno de ellos, terminando por verlos casi con lástima por estar donde están. ¿Quién no ha cometido errores en su vida? ¿Quién no ha arrastrado a veces a familiares y amigos a la miseria por decisiones que creíamos correctas? Todo esto es lo que nos da esta estupenda serie, rodeada de una estúpida polémica. Mientras los medios de comunicación, los colegios y mucha gente culpa a la serie de que los niños copien lo que ven, ignoran el verdadero problema, que son esos padres que ven productos como éste, no recomendados para menores de edad, con sus hijos, verdaderos culpables de todo esto, o la facilidad que tienen ahora de consumir fragmentos por esos dispositivos (ordenadores, tablets, móviles…) sin un control parental. Todos hemos jugado a vaqueros e indios, nos hemos “muerto” jugando, y no ha pasado nada. ¿Acaso el parchís fomenta el canibalismo? Puede sonar estúpido, pero es así. Los tiempos cambian, la forma de consumir productos audiovisuales cambia, pero el control de los padres no, y en eso hay que hacer hincapié. Dicho esto, El Juego del Calamar es una serie estupenda, con esta doble lectura sobre la competitividad feroz de la actual sociedad, no apta para todos los públicos (ni personas), criticada por estúpidos que no la han visto, o de la que se aprovechan muchos para las actuales estafas con códigos QR en tarjetas que emulan a las del juego. Un fenómeno global que sin duda es una muy buena serie, que sabe reflejar a prácticamente todos los tipos de personas. Lo único que puedo decir, relativamente negativo, es el personaje de la norcoreana, más arquetípico, pero igualmente necesario para retratar así todos los puntos de vista existente. Mi recomendación es verla sin pensar en las influencias o comentarios, por mucho que mi crítica sea una de ellas.
IVÁN FERNÁNDEZ
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