Los recuerdos tienden a perder detalle -a difuminarse- con el paso del tiempo, pero estoy segura de que el furor causado por El juego del calamar es algo nuevo, que ha nacido y se ha estrenado en esos tiempos que, apresurados, corren. Como otros tantos, llegué a la serie surcoreana para quedarme atrapada en una trama que narra mucho más allá de lo que se cuenta en las primeras capas. Ahonda la producción sin pudor en los recovecos más oscuros de la naturaleza humana, no obstante, debiéramos decir que no es apta para todos los públicos, sobre todo cuanto este último está compuesto por adolescentes cercanos a la cándida -que poco tiene ya de eso- niñez.
No son pocos los chavales
-permítanme la confianza de hablar en términos de chavalería- que se han
entregado por completo al hipnótico juego. Las alarmas saltan cuando hacemos
caso omiso de las edades recomendadas, algo bastante similar a lo ocurrido en
el marco del videojuego. El progreso de las nuevas tecnologías es imparable
desde hace ya un tiempo que puede etiquetarse como largo. El ser humano ha
llegado a mimetizarse con ellas, hasta el punto de entregarse al teléfono móvil
a edades tan asombrosas como las que pertenecen a los grupos de la más tierna
infancia. Los teléfonos inteligentes, las plataformas para consumir cine y
series en formato digital, el acceso a internet y un largo etcétera que merece
ser tanto analizado como reflexionado para introducir el dedo en las llagas
antes de poder curarlas.
Si uno se lanza a hablar con niños y adolescentes,
descubre que no se han privado de participar -a su modo, claro está, el del
mundo tangible- en El juego del calamar. Hemos descubierto que incluso
con 11 o 12 años están consumiendo la serie con una voracidad pasmosa,
manteniéndose despiertos hasta altas horas de la madrugada. Narran que han
sabido de ella a través de amigos y familiares, que en algunos casos comparten sofá
en el momento de ver los capítulos. Unas veces se consume en familia, otras en
solitario, pero la realidad no cambia. No estamos ante una producción que
ofrece violencia y carne al mejor postor. No se trata tampoco de sadismo sin
explicación alguna. El material que ofrece al espectador es para ser masticado
con calma y digerido con cabeza. Las reflexiones posteriores pueden ser muy
fructíferas, pero para ello es necesario haber superado ciertos ritos de paso
que no existen en los primeros años de la adolescencia. Los chavales de 11 o 12
años poco saben de los entramados del sistema capitalista, ni de lo que
significa la etiqueta de fracaso en las sociedades asiáticas, que cae como una
losa sobre cualquier individuo que se acerque a las circunstancias menos
propicias. Tampoco quieren saber de ello, claro está, porque no son temas
capaces de ludificar la vida de nadie.
Como maestra de Educación Primaria y especialmente
filósofa comprometida con debates relacionados con las nuevas tecnologías y sus
usos, incido análogamente en otra incómoda realidad de las sociedades actuales:
el sistema educativo ha expulsado de las aulas las herramientas necesarias para
implantar y potenciar el pensamiento crítico, así como la argumentación y el
ejercicio de los dilemas éticos. Es muy difícil que estos chicos y chicas
entiendan qué está sucediendo -y por qué- en El juego del calamar: no se
trata únicamente de buscar remedio a las deudas ni de participar en un juego.
Se trata de entender lo que significa un sistema que todo lo mercantiliza, de
saber que el hombre es un lobo para el hombre, impulsado no pocas veces por los
deseos y las pasiones de tinte más oscuro y abyecto. Los malos no son malos
porque disparan y asesinan, lo son porque forman parte del mismo entramado que
etiqueta a unos de exitosos y al resto de fracasados. Mantenerse en las
primeras capas de una realidad no es siempre sinónimo de no querer ahondar,
puede ser -y en efecto, es- resultado de una educación deficiente, de unos usos
no controlados. El papel de la ética y la filosofía son fundamentales en el
progreso de cualquier individuo. La vida en sociedad lo requiere, así como el
autoconocimiento. Es muy sencillo quedarse con lo sencillo, por eso es tan
importante valorar el potencial de nuestros niños y adolescentes sin dejarles
hacer al gusto.
Cabe destacar un nuevo
modo de sentirse fuera de, a saber, de onda, del grupo, de moda. Hoy
día, para formar parte de todo eso, hay que ser de conexión perenne a las redes
sociales, pero también a los videojuegos online y las series. Si buena
parte de una clase de alumnos ya ha visto El juego del calamar, ¿qué
ocurre con los que todavía no lo han hecho? Se apartan, se marginan. No son
participantes activos del entramando ni del grupo, ni de lo que está ocurriendo;
sino más bien algo como parias. Y lo que ocurre -lo que acontece-,
ocurre en el chat al que se accede mediante el móvil. Hablar de lo ocurrido en
el último capítulo no es hablar.
Es curioso ser partícipes de esos jóvenes tratando de
moralizar, bañados en la sangre que ha atravesado la pantalla, en una intentona
vacua de asirse a una ética de carácter universal. Lo que es malo es malo y lo
bueno, bueno; pero no trascienden, no someten a tela de juicio. Es por ello
necesario hacer un llamamiento, en primera instancia, a padres y madres. Se
torna perentorio el consumo responsable de series, películas y videojuegos,
adaptándose a lo requerido. Las recomendaciones que tienen que ver con la edad
del individuo, lo son por algo. Hay que medir los tiempos y controlar lo que se
consume, establecer límites y conversar sin tabúes sobre sanciones de carácter
punitivo si es necesario. Es una auténtica majadería mandar a nuestros hijos a
la cama con un smartphone que posee acceso directo a Netflix o cualquier
otra plataforma. Recordemos que el descanso es parte integrante -¡y muy
importante!- del compendio que da forma a la salud, así como la realidad
académica que hay que afrontar día a día. La falta de descanso y el uso de
dispositivos electrónicos son desencadenantes directos de trastornos del sueño
o ansiedad, por citar un par de ejemplos.
No obstante, y para finalizar, señalar que el tino con el
que la serie somete la realidad a crítica es tan certero, que asusta; pero,
como expresé desde el principio, no es para todos los públicos. Recuerden que
la libertad es siempre un sinónimo de responsabilidad y que los adultos tenemos
un compromiso con las generaciones más jóvenes.
Esther Sánchez González.
Bravo! Excelente artículo 👍🏼
ResponderEliminarMe parece una reflexión muy acertada
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