martes, 12 de octubre de 2021

K-DRAMA - EL JUEGO DEL CALAMAR Y LOS ADOLESCENTES. UNA REFLEXIÓN PEDAGÓGICA DESDE LA FILOSOFÍA

Los recuerdos tienden a perder detalle -a difuminarse- con el paso del tiempo, pero estoy segura de que el furor causado por El juego del calamar es algo nuevo, que ha nacido y se ha estrenado en esos tiempos que, apresurados, corren. Como otros tantos, llegué a la serie surcoreana para quedarme atrapada en una trama que narra mucho más allá de lo que se cuenta en las primeras capas. Ahonda la producción sin pudor en los recovecos más oscuros de la naturaleza humana, no obstante, debiéramos decir que no es apta para todos los públicos, sobre todo cuanto este último está compuesto por adolescentes cercanos a la cándida -que poco tiene ya de eso- niñez.

No son pocos los chavales -permítanme la confianza de hablar en términos de chavalería- que se han entregado por completo al hipnótico juego. Las alarmas saltan cuando hacemos caso omiso de las edades recomendadas, algo bastante similar a lo ocurrido en el marco del videojuego. El progreso de las nuevas tecnologías es imparable desde hace ya un tiempo que puede etiquetarse como largo. El ser humano ha llegado a mimetizarse con ellas, hasta el punto de entregarse al teléfono móvil a edades tan asombrosas como las que pertenecen a los grupos de la más tierna infancia. Los teléfonos inteligentes, las plataformas para consumir cine y series en formato digital, el acceso a internet y un largo etcétera que merece ser tanto analizado como reflexionado para introducir el dedo en las llagas antes de poder curarlas.

Si uno se lanza a hablar con niños y adolescentes, descubre que no se han privado de participar -a su modo, claro está, el del mundo tangible- en El juego del calamar. Hemos descubierto que incluso con 11 o 12 años están consumiendo la serie con una voracidad pasmosa, manteniéndose despiertos hasta altas horas de la madrugada. Narran que han sabido de ella a través de amigos y familiares, que en algunos casos comparten sofá en el momento de ver los capítulos. Unas veces se consume en familia, otras en solitario, pero la realidad no cambia. No estamos ante una producción que ofrece violencia y carne al mejor postor. No se trata tampoco de sadismo sin explicación alguna. El material que ofrece al espectador es para ser masticado con calma y digerido con cabeza. Las reflexiones posteriores pueden ser muy fructíferas, pero para ello es necesario haber superado ciertos ritos de paso que no existen en los primeros años de la adolescencia. Los chavales de 11 o 12 años poco saben de los entramados del sistema capitalista, ni de lo que significa la etiqueta de fracaso en las sociedades asiáticas, que cae como una losa sobre cualquier individuo que se acerque a las circunstancias menos propicias. Tampoco quieren saber de ello, claro está, porque no son temas capaces de ludificar la vida de nadie.

Como maestra de Educación Primaria y especialmente filósofa comprometida con debates relacionados con las nuevas tecnologías y sus usos, incido análogamente en otra incómoda realidad de las sociedades actuales: el sistema educativo ha expulsado de las aulas las herramientas necesarias para implantar y potenciar el pensamiento crítico, así como la argumentación y el ejercicio de los dilemas éticos. Es muy difícil que estos chicos y chicas entiendan qué está sucediendo -y por qué- en El juego del calamar: no se trata únicamente de buscar remedio a las deudas ni de participar en un juego. Se trata de entender lo que significa un sistema que todo lo mercantiliza, de saber que el hombre es un lobo para el hombre, impulsado no pocas veces por los deseos y las pasiones de tinte más oscuro y abyecto. Los malos no son malos porque disparan y asesinan, lo son porque forman parte del mismo entramado que etiqueta a unos de exitosos y al resto de fracasados. Mantenerse en las primeras capas de una realidad no es siempre sinónimo de no querer ahondar, puede ser -y en efecto, es- resultado de una educación deficiente, de unos usos no controlados. El papel de la ética y la filosofía son fundamentales en el progreso de cualquier individuo. La vida en sociedad lo requiere, así como el autoconocimiento. Es muy sencillo quedarse con lo sencillo, por eso es tan importante valorar el potencial de nuestros niños y adolescentes sin dejarles hacer al gusto.


Cabe destacar un nuevo modo de sentirse fuera de, a saber, de onda, del grupo, de moda. Hoy día, para formar parte de todo eso, hay que ser de conexión perenne a las redes sociales, pero también a los videojuegos online y las series. Si buena parte de una clase de alumnos ya ha visto El juego del calamar, ¿qué ocurre con los que todavía no lo han hecho? Se apartan, se marginan. No son participantes activos del entramando ni del grupo, ni de lo que está ocurriendo; sino más bien algo como parias. Y lo que ocurre -lo que acontece-, ocurre en el chat al que se accede mediante el móvil. Hablar de lo ocurrido en el último capítulo no es hablar.

Es curioso ser partícipes de esos jóvenes tratando de moralizar, bañados en la sangre que ha atravesado la pantalla, en una intentona vacua de asirse a una ética de carácter universal. Lo que es malo es malo y lo bueno, bueno; pero no trascienden, no someten a tela de juicio. Es por ello necesario hacer un llamamiento, en primera instancia, a padres y madres. Se torna perentorio el consumo responsable de series, películas y videojuegos, adaptándose a lo requerido. Las recomendaciones que tienen que ver con la edad del individuo, lo son por algo. Hay que medir los tiempos y controlar lo que se consume, establecer límites y conversar sin tabúes sobre sanciones de carácter punitivo si es necesario. Es una auténtica majadería mandar a nuestros hijos a la cama con un smartphone que posee acceso directo a Netflix o cualquier otra plataforma. Recordemos que el descanso es parte integrante -¡y muy importante!- del compendio que da forma a la salud, así como la realidad académica que hay que afrontar día a día. La falta de descanso y el uso de dispositivos electrónicos son desencadenantes directos de trastornos del sueño o ansiedad, por citar un par de ejemplos.

No obstante, y para finalizar, señalar que el tino con el que la serie somete la realidad a crítica es tan certero, que asusta; pero, como expresé desde el principio, no es para todos los públicos. Recuerden que la libertad es siempre un sinónimo de responsabilidad y que los adultos tenemos un compromiso con las generaciones más jóvenes.

Esther Sánchez González.

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